El fruto perdido de los incas

La chirimoya (Annona cherimola), también conocida como chirimuya (”semillas frías” en quechua) o chirimoyo, es un fruto de origen tropical nativo las regiones andinas de Bolivia, Ecuador, Colombia y Perú. De forma acorazonada, contiene semillas no comestibles y está cubierta de una suave y delgada cáscara verde. Su pulpa es blanca, carnosa y de un sabor dulce que ha sido descrito como una mezcla sutil ente vainilla, piña y tal vez mango, en tanto otras descripciones dicen que es una mezcla entre fresas, coco y plátano (Mark Twain la llamó “la más deliciosa fruta en la tierra”).

Por su delicioso sabor y grandes propiedades medicinales, el llamado “Fruto perdido de los Incas”, “Perla de los Andes”, “Reina de los frutos subtropicales”, ha sido uno de los frutos más apreciados desde tiempos remotos: los Incas tenían una relación especial con ella y se dice que su consumo estaba reservado para la realeza. En la época colonial los conquistadores españoles la denominaron, “manjar blanco” por su dulzura y extendieron su consumo y cultivo hasta Europa, África y algunas regiones de Asia.

Es rica en vitaminas A, B (B1, B2, B3, B6, B9) y C, y minerales como calcio, magnesio, fósforo, hierro y zinc. Contiene carbohidratos, proteína y fibra y, gracias a su alto contenido de potasio y su bajo contenido de sodio y grasa, contribuye a mejorar la salud cardíaca y es un regulador natural de la presión arterial. También es rica en antioxidantes que controlan los niveles de colesterol, ayudan a combatir las infecciones y reducen la retención de líquidos en el organismo. Ayuda a mejorar la absorción de hierro previniendo la anemia ferropénica. Incrementa la función del sistema inmunológico y aumenta las defensas del cuerpo. Fortalece los huesos ayudando a prevenir la osteoporosis y tiene un alto valor energético por lo que es recomendada para evitar el cansancio la fatiga, y la depresión.

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