La leyenda de un amor imposible.

El motacú (Attalea Phalerata – especie boliviana o Scheelea Princeps – especie brasilera), también conocido por los nombres vernaculares  de palmito, kisia, cachi, nomotaquich, urucuri, ubito, xebini, mana’i, rucuri, achere, toma o chujam,  es una palmera originaria de la cuenca amazónica que tiene su principal hábitat en Bolivia (Santa Cruz, Beni, Pando y el norte de La Paz) y Brasil (Matto Grosso). Ampliamente distribuida en regiones tropicales y sub-tropicales, crece entre los 140 y los 1.200 metros sobre el nivel del mar, en suelos fértiles y semi-húmedos.

Con un delicioso sabor combina lo dulce con un toque de ácido, se dice que la pulpa de los frutos del motacú  formaba una de las bases principales de la dieta de los antepasados de muchos pueblos indígenas de la amazonía. De su tronco se extrae el palmito – el corazón mismo de la planta- que puede ser consumido crudo o cocido y tiene un sabor suave y atercipelado que no pierde su toque de acidez, y sus hojas son utilizadas para techar cabañas, potreros y otras construcciones rústicas así como para la elaboración de objetos artesanales como abanicos, canastas, esteras, etc.

La cáscara o corteza que cubre las semillas del fruto, es un astringente utilizado para mitigar enfermedades como la diarrea y la disentería, y de modo tópico para detener la hemorragia de llagas y heridas. De sus semillas se elabora un jarabe que, endulzando con miel de abeja o de caña, actúa como expectorante y de su raíz se obtiene un tónico utilizado para combatir amebas y parásitos intestinales. De sus semillas se obtiene un aceite que es utilizado como tónico capilar y como crema antiarrugas.

Además de estos usos, el motacú es un efectivo bio-indicador: su crecimiento indica la presencia de tierras fértiles. También es ecológicamente valioso: forma verdaderos ecosistemas por sí mismo pues la humedad y la materia orgánica que acumula en la base de sus hojas permite que crezcan y se desarrollen muchas especies vegetales, insectos, batracios, culebras y aves…  pero quizás, lo que lo convierte en un ícono es la historia de amor que encierra  su leyenda: la del bibosi en motacú.

“El membrudo bibosi que a la palma
por entero rodea
con tal solicitud, que al fin la ahoga:
Celoso enamorado prefiriera
antes que en otros brazos a su amada,
entre los propios contemplarla muerta”
(Plácido Molina Mostajo)

Alrededor de la palmera motacú nace un árbol corpulento llamado bibosi, que a manera de enredadera crece sobre las rocas y encima de otros árboles como una especie de “parásito” que utiliza a la palmera como soporte para alcanzar luz solar. Aunque en condiciones naturales generalmente ambas especies coexisten pacíficamente, en campo abierto, el bibosi se desarrolla rápidamente, rebasando y asfixiando al motacú. Tan estrechamente se enredan uno con otro y de tal modo viven unidos, que se convirtieron en símbolo del amor posesivo, asfixiante y destructivo.

Cuenta la leyenda que en tiempos muy remotos vivía en una pequeña comunidad una pareja compuesta por un joven muy guapo y fuerte, y una mocita hermosa, dulce, grácil y delicada.  No contando con la aprobación de los padres de la joven, éstos pretendieron obligarla a casarse con otro joven y un buen día notificaron a la hija que al día siguiente se realizaría la boda. La última cita con el joven enamorado se llevó a cabo esa misma noche, sin otra alternativa que despedirse definitivamente. Desesperado, él la tomó en brazos y apretó y apretó hasta el límite de sus fuerzas, prefiriendo ver muerta a la amada antes que verla en otros brazos cobijada… y cuentan los ancianos que fue en ese mismo lugar donde nació el primer motacú, estrechamente abrazado por el sofocante bibosi.

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